Dice uno de mis mejores y más antiguos amigos, José Antonio, que soy un iconoclasta, que lo que me gusta es romper por romper, negar símbolos. Dice que en el fondo, lo que me gusta es llevar la contraria, ir contra corriente. Puede que algo de razón lleve, pero es que no puedo estomagar este sinvivir frenético de las navidades de lotería y mazapán, el festival de consumo irracional que contienen estos días, y el caso concreto de una de sus manifestaciones más populares y nefastas -ahora me intentaré explicar-, la lotería de navidad. Por eso siempre que puedo, intento escaparme a algún rincón del mundo donde no se celebre esta superstición consumista. No es difícil, incluso sin ir más allá de las riberas del Mediterráneo. Sin ir más lejos, en Turquía o Tünez hemos pasado hace algún año no-navidades francamente divertidas e interesantes. Alejados de las tradiciones de consumo masivo.
Para empezar, uno, que es ateo militante, observa con incredulidad científica que un evento supersticioso -o sea, religioso: la supuesta celebración del nacimiento de un hombre-dios hace dos mil años- se convierta en el centro de la atención y la actividad de unos cuantos países autodenominados -democráticamente, a través de sus constituciones- laicos, aconfesionales o al menos, no declaradamente confesionales ni directamente talibanes. Pero lo curioso es que esa supuesta celebración supersticiosa (religiosa) se manifiesta en un festival de consumo capitalista exacerbado. El consumismo descerebrado: se trata de consumir, consumir, consumir, sin mirar para qué o para quién, o a quién beneficia o perjudica, o qué conseguimos con ello, o si esto nos beneficia o nos hace más felices. ¿Qué más da si sobra comida en la mesa? Es navidad, y una parte de la fiesta consiste en que sobre de todo.
Para seguir, la celebración de estos días consiste en engordar de manera estupenda, militante y animada, la desigualdad en el reparto de la riqueza. La lotería de navidad es el prototipo de este sistema injusto y aleatorio de producción de nuevos ricos : un montón de gente, mayormente de clase media y baja (¿no se han preguntado nunca por qué los ricos no juegan a la lotería?) juntan, a base de pequeñas aportaciones, acumulan un no despreciable capital que se concentra en unos cuantos premios cuyos privilegiados destinatarios se eligen por el azar. La probabilidad de que le toque el gordo a cualquier participante en este juego es de un 0,001%, algo así como una sobre cada 85.000. O sea, sólo uno de cada 85.000 jugadores pillará cacho, lo que se llama pillar cacho de verdad (el gordo). Y lo que es más probable, si aplicamos la teoría matemática, es que de cada 100€ que juegue sólo recupere, a la larga, 70€, porque de manera excepcional, en este juego, el Estado solo se queda con el 30%. Habitualmente esto es todavía más llamativo, y los impuestos descuentan en torno a un 50% del importe recaudado.
Pero lo que es más sangrante: como bien decía Hugo, en III República, el criterio de redistribución de la riqueza de este juego es exactamente el contrario al que defendemos desde una concepción social y solidaria. Si lo habitual -lo habitual para rojos, progresistas, izquierdosos y comunistas, se entiende- es intentar que los que más tienen repartan, en pequeñas dosis, su excedente para los que tienen más necesidad y aliviar sus carencias y necesidades, la lotería hace exactamente lo contrario: entre un montón de gente suman grandes cantidades que hacen ricas a un pequeñísimo número de personas. Es decir, hace lo mismo que la bolsa, pero eligiendo a los ganadores no en virtud de su pericia o habilidad, sino en el puro azar. Por cierto, que tampoco juego ni pienso hacerlo a la bolsa, no porque piense que carezco de la pericia suficiente, que también, sino por lo que ahora explicaré.
La razón última por la que no juego a las loterías ni juegos de azar ni a la bolsa ni a otros juegos, porras o sistemas de reparto de riqueza acumulativos no es ni matemática (a pesar de que es evidente que comprar boletos de lotería es un desastre probabilísticamente anunciado) ni ideológica, político-social (y eso que es lo contrario de aquél ideal por el que luchamos todos los días, la redistribución de la riqueza desde los más ricos hacia los más pobres). La razón última para negarme, año tras año, a jugar en esta locura consumista, es filosófica. O mejor, sociológica. Estoy seguro de que, aunque me tocara la lotería, no sería más feliz. Es más, me crearía más problemas de los que ya tengo. No necesito más dinero para ser feliz. Con lo que tengo -que no es mucho- ya tengo suficiente. Y no quiero, como dice querer otra gente -ya veríamos qué sucede, de verdad, si se diera la circunstancia- dejar de trabajar para vivir de las rentas de ese gordísimo premio que te puede tocar en las loterías. Me gusta trabajar. Disfruto trabajando y no quiero dejar de hacerlo por ahora.
Y entonces hago la cuenta siguiente: si no me va a tocar (lo más probable), ¿para qué voy a jugar? …pero, aunque me tocara (poco probable), tampoco me va a hacer más feliz. Así que yo no juego.
Eso sí, me alegro mucho de que, a quien le haga feliz acumular un montón de dinero y/o no trabajar para ganarse el sustento, le toque la lotería. Allá ell@s.
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(Las fotos proceden de una de esas «no-navidades», en diciembre de 2.002, en Istanbul. Visita altamente recomendable, sobre todo en estas fechas.)
Pues no sé si es porque me llamo igual que tu amigo, pero a mí también me dan asquito las navidades. Encima, desde que soy emprendedor, me suponen un exceso de gastos tremendo entre regalos, pagas extras y comidas 😉
No debe ser cosa del nombre, Jose: creo que va más allá, que tiene que ver con el espíritu racionalista, cartesiano. Yo, el primero, confieso mi culpa: no entiendo cómo todo el mundo se desea lo mejor en estos días, paz, felicidad, prosperidad y todo eso, aunque el día anterior o al día siguiente estén (o estemos) clavándonos cuchillos por la espalda.
Lo de los estipendios extraordinarios, de todas formas, para mí es lo de menos: si no fuera con ocasión navideña, buscaríamos otra excusa para celebrar, regalar, extra-pagar,… y eso no es malo, ¿no?
A mí también me parece una estupidez la lotería. Precísamente ayer estaba hablando con un primo sobre ésto y decíamos que no queríamos que nos tocase la lotería, que no necesitábamos dinero, que lo que necesitábamos era seguir teniendo salud y alegría.
Pero, a pesar de lo que me parece, la Navidad es un lío ya montado del que es muy difícil salir, uno de ellos es la lotería. Yo juego poquísimo, en algún momento pensé en no jugar nada, pero siempre tienes personas alrededor a las que le hace ilusión, yo creo que más que por el juego por compartir contigo ese número.
Visto desde ese punto de vista, no me importa gastarme algo de dinero en ésto, pero si por mí fuera, le dedicaría cero euros.
Fernando, acabo de leer lo que es «iconoclasta», no sabía que lo eras. Me gustan los que rompen por romper, que no es normalmente romper por romper, sino por provocar, que éso me encanta. Alguien tiene que provocar para que los demás no se duerman ¿no?
Acabo de leer algo en el blog de Arsenio Escolar con lo que estoy totalmente de acuerdo. Os lo transcribo literalmente:
eres la bomba fernando, leer un post así ya «le pone» a uno suficiente como para ansiar que te toque la lotería (portzierto, yo tampoco juego, y con lo de la navidad más de lo mismo, aunque sea arrastrado como muchos otros por los familiares y demases…claro)
no dejes nunca de escribir posts tan suculentos/cañeros/provocadores/sinceros como este!!
un saludo, y, (por inercia)…feliz navidad?¿ 😛
Gracias, jose: me alegro que mis reflexiones pelín radicaloides te inspiren. Tranki, que no tengo intención de dejar de daros la matraca con este tipo de tonterías: seguiré soltando estos pensamientos inconexos según se me vayan ocurriendo.
Por cierto, he actualizado el enlace que tenía hacia tu sitio, porque no funcionaba el anterior (¿no está operativo…?)
Yo confieso: he comprado 10 euros de lotería (la del curro) más unos cuantas papeletas de las que tienen donativo para apoyar diversas asociaciones benéficas y deportivas. Pero coincido con los que habéis escrito en que no me gusta nada la lotería. Sin embargo, quiero hacer un par de comentarios sobre la Navidad siguiendo las reflexiones de Fernando. El primero, es que estaría más dispuesto a seguir tu argumentación, Fernando, si habláramos de vacaciones solidarias y no sólo de vacaciones no-navidad. El segundo es que estoy convencido de que la navidad también tiene valores, como los encuentros familiares, el esfuerzo por agradar a otros/as con comidas muy elaboradas o simplemente con la hospitalidad de la casa, el cuidado y la tención especial hacia nuestros mayores y nuestros niños, … Es decir, yo creo que no es necesario irse a la no-navidad sino cultivar los valores que ya trae la navidad y que, si nos empeñamos, pueden apagar a los contravalores que tú citas.
Arkimia, al igual que tú, considero que convertir y/o confundir cualquier tipo de celebración y/o fiesta – religiosa, supersticiosa o no- en “un festival de consumo capitalista exacerbado” y “descerebrado”, es algo totalmente inaceptable desde una concepción de izquierda progresista. No creo que para celebrar lo que cada uno quiera celebrar tenga que consumir de manera irracional y derrochadora, pero me parece paradójico que tu solución sea hacer una escapada “a algún rincón del mundo donde no se celebre esta superstición consumista”, es decir, una respuesta consumista y consumidora. ¿Viajar a otro país (añadamos todos los gastos que conlleva estar fuera de casa) es consumir de manera racional?, ¿Disfrutar de unos días de vacaciones en casa, sin caer en ese festival de consumo exacerbado, es consumir de manera racional? ¿Dónde ponemos el límite del consumo racional y el que no lo es tanto?
Sin ser talibán -que no lo pretendía, y si me he excedido en la radicalidad y he ofendido los sentimientos religiosos de alguien, desde ahora pido sinceras disculpas-, entiendo que los cristianos busquéis un sentido más solidario y filantrópico a la navidad que el actual contenido adulterado consumista, Bengoetxe. Y en el caso de quienes practicáis la religión católica de manera sincera y comprometida, seguro que es fácil encontrarle ese sentido, no me cabe duda. Y entonces, tampoco lo dudo, los valores positivos, solidarios y familiares, pueden compensar los negativos.
Pero tendréis que reconocer que para los que no nos creemos ni una sola palabra de esas leyendas y supersticiones llamadas religiones, toda la parafernalia que se ha montado alrededor del cumpleaños de Jesucristo nos cansa, nos aburre e incluso nos llega a irritar, sobre todo en algunas circunstancias en las que raya con la aberración antagónica con su supuestamente original motivo trascendental,para quedarse en la superficialidad consumista.
Arrabioa, viajar -al menos como yo lo intento- no tiene por qué ser una respuesta consumista. A ver si consigo explicarme.
Primero, porque no me planteo viajar como una necesidad irreflexiva, sino como una actividad elegida, meditada y buscada por su interés intrínseco (cultural, familiar, personal, profesional, lúdico, vivencial,,…). Quizás no me haya explicado bien en el apunte original: no se trata de reaccionar como un muelle ante el estímulo, de buscar una escapada ante la navidad cristiana necesariamente a un país no cristiano. Sin embargo, en dos ocasiones -de las cuarenta y dos navidades que cuento- he tenido la oportunidad de pasar la navidad y/o el año nuevo en «territorios no-cristianos» y la experiencia me resultó muy gratificante: además de conocer y visitar tierras muy interesantes per se, el aliciente de evitar toda la parafernalia navideña a mí, personalmente, me gustó especialmente.
Luego, lamentablemente, he de añadir que en mi caso, por circunstancias familiares, no tengo ocasión de viajar excepto en fechas de vacaciones escolares, así que el corte laboral de navidad-fin de año suele ser un tiempo muy adecuado para romper la rutina del calendario de trabajo y hacer un paréntesis y tomar fuerzas -mentales- para afrontar el segundo trimestre del curso con plena energía.
Y por último, en mi caso al menos, el viaje no lo considero como un elemento más de consumo, de la misma manera que no considero como tal, por ejemplo, las compras de material fotográfico. Me gusta sacar fotos, disfruto con ello e independientemente de lo que haga el resto del mundo, comprarme una cámara o un objetivo o un trípode no lo considero consumismo (sí consumo, claro), porque no se trata de comprar por comprar, por seguir la corriente o la moda o el impulso propagandístico de la publicidad… Consumir, responsablemente, sin derrochar recursos, pero satisfaciendo las necesidades dedicando los medios proporcionales, no es consumismo, entiendo yo.
No sé si me he explicado. En cualquier caso, cada cual verá cómo pasa su tiempo libre y a qué dedica sus recursos: a mí, el tiempo y el dinero mejor empleado de todo el que tengo -que no es mucho, realmente, ni el primero ni el segundo- son los que dedico a viajar, a conocer nuevas tierras, nuevas gentes y nuevas culturas.
Parece que somos homo, homo sapiens, pero también homo ludens y homo demens. La celebración puede ser una forma de controlar socialmente nuestra tendencia al juego, al divertimento, al placer y nuestra locura. Y, de paso, algunos y algunas hacen el agosto en diciembre y enero. Somos así. Pero, por encima de todo, quizá sea preferible unir fuerzas, «ganar».
Os deseo a todas y todos salud, paz, placer, libertad, cariño, compañia, descubrimiento… en Navidad y en todo otro tiempo.
Yo no soy atea, y ciertamente comparto parte de su opinion sobre la navidad, de que el malgasto se ha vuelto una costumbre mas. Asi mismo uno se fija, como es que en un dia como hoy, en paises como el mio, que recientemente sufrio devastaciones en un periodo corto por cuestiones de la naturaleza (tormenta). Se dijo tanto que se iba a ayudar en todo lo que se podia, hasta que las empresas dejarian de organizar sus grandes fiestas y que recolectarian el dinero para las personas necesitadas. Sin embargo, la mayoria se ha encargado de hacerlas por debajo de la via publica. Triste, pero cierto. El consumismo se volvera un todo.
@Almudena, gracias por los enlaces, interesantísimos pero que requieren -al menos para mí- una lectura más reposada. Y gracias por todos los buenos deseos, que siempre son bien recibidos, en diciembre, en enero, en agosto y en cualquier época del año.
@Alizeth, no todo está perdido, y aunque seamos conscientes de que hay muchas cosas que no funcionan creo que debemos mantener la esperanza en la utopía, el horizonte de un mundo más justo y solidario, pero no basado en dioses, religiones, sectas o creencias más o menos coincidentes en estos objetivos, sino en la seguridad de que toda la raza humana tiene los mismos derechos, la universalidad de los derechos humanos: esa es mi religión.
Gracias a ambas por vuestra visita y por participar; sed bien recibidas y considerad este blog como vuestra casa.
Interesante reflexión…