El invierno ha llegado. La llanada es dura, fría, cortante de nieblas mañaneras, de nieves insistentes. Si no fuera por el calor del hogar, por el fuego que alumbra y calienta la casa las tardes de este otoño invernal, sería complicado sobrellevar la recia dureza de este territorio. Quienes nacimos y crecimos tan cerca del mar termorregulador no acabamos de acostumbrar nuestros sentidos a este sinvivir térmico, a estos amaneceres frigoríficos. Oír el crepitar de las leñas de lencino en el fogón, sin embargo, reconforta, y ver ondularse las llamas que lamen los leños y consumen las brasas, contrarrestra la tempranera llegada de los bajoceros gélidos a estas alturas de noviembre. Así que de esta manera tan primitiva, quemando algo de madera para calentar el ambiente invernal incipiente, vamos superando la frialdad de estas tierras. Técnicamente le llaman energía de la biomasa . De toda la vida, sin grandes alharacas, hacer fuego para calentarse. En este valle y en los próximos, sin su calor tradicional y su poesía, también cálida, sería difícil vivir por aquí.
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(la foto la tomé hace unos días, al comenzar estos fríos de noviembre de 2007, en mi casa, en Alegría-Dulantzi)
Sos un poeta, Fernando.
Hoy se congelan las lechugas hasta en la costa.
Todos los años me hago la misma pregunta ¿quien se ha dejado la puerta de la nevera de Vitoria abierta?
Sí, sí, Bengoetxe, en la costa también, pero como dice josemanuel, por aquí alguien se ha dejado la puerta del congelador abierto y hace una raska que se te hielan hasta las ideas.
Como decía el ocurrente Arguiñano, en Gasteiz sólo hay dos estaciones: el invierno y el crudo invierno.