Me paso a la reflex digital.

Llevaba unos años utilizando cámaras fotográficas digitales compactas (desde 2.000, creo: primero una Sony Mavica, de esas que usan disquettes de 3’1/2 como sistema de almacenamiento, y luego una Nikon ultracompacta, ultraligera y ultrabarata; ultramala, vamos…), desde que esta tecnología se fue imponiendo a la original fotografía analógica, química, tradicional, daguerrotípica.

Perdí entonces dos aspectos que me hacían disfrutar especialmente de la fotografía de película de 35 mm, tradicional: el primero, ese sugerente y embelesante olor a producto químico de la película, de la emulsión química, creo que no lo podremos recuperar nunca, porque las impresiones fotográficas, desde entonces, parece que están ya destinadas para siempre a ser compuestas por ceros y unos, ceros y unos, asépticos, limpios, exactos, baratos, pero tan fríos…

El segundo elemento que había perdido en el cambio tecnológico a digital era la capacidad de controlar realmente la fotografía y hacer experimentos, lo que presuntuosamente llamo fotografía creativa. Yo había aprendido a hacer fotos con el profesor Sacristán, cuando ambos teníamos la mejor cámara Reflex que nuestro exiguo presupuesto de estudiantillos nos permitía, sendas Minoltas X-300b. No eran las mejores cámaras del mundo pero nos daban suficiente juego, con un par de granangulares y teleobjetivos, un trípode y un flash medianejo, para hacer todo experimento visual que se nos ocurriera. Para hacer fotografía imaginativa. Aquello de la doble exposición corriendo la palanca con el botoncito inferior pulsado para que la película no corriera y obtuvieras dos exposiciones sobre el mismo fotograma, o aquellas exposiciones en «B» (nada que ver con la doble contabilidad 😉 para obtener fotos nocturnas con efectos divertidos de luces, estáticas o en movimiento… ¿os acordáis? Pretecnología pura, prototécnica a pedales, pero divertidísimo… Sin embargo, con las cámaras digitales esto ya no era posible. Todo muy rápido, todo muy barato, todas las fotos que quieras… pero sin capacidad de «inventar«, de experimentar, de salirse de lo previsto, de un guión demasiado predeterminado.

Pues en estas estaba -desde que los precios de estos equipos han dejado de ser prohibitivos para los aficionados- dándole vueltas a la idea de pasarme a la Réflex Digital para conseguir aunar en un equipo las ventajas de la fotografía digital y las posibilidades creativas de las Réflex. Dudando entre la Canon EOS 400D y la Nikon D80. Al final me he decidido por esta última, la Nikon, en un kit que incluye una óptica bastante maja, un AF-S DX 18-135 (f/3,5-5,6). Aunque es algo más cara que la Canon, las opiniones a favor de la segunda y en contra de la primera han decantado mi decisión hacia la Nikon D80. Y como hasta ahora sólo me ha dado tiempo a desembalarla y empezar a leerme el libro de instrucciones, no voy a poneros aún ninguna foto hecha con esta nueva herramienta, sino su propia imagen. Pero en breve, en cuanto le vaya cogiendo el truco, tendréis la oportunidad de comprobar si el cambio merece la pena…