Sigo con el relato, algo heterodoxo y hyppie, de mi última escapada a Irlanda aprovechando los días santos. Que, por cierto: vaya chasco al llegar a Dublín en Viernes Santo (suena incluso peor en british: «blood friday», algo así como una peli de miedo, «viernes sangriento», literalmente). Pues decía que vaya chasco: cada vez que cuentas a alguien que te vas a Dublín, o a Irlanda, todo el mundo -quien ha estado allá, y quien no, porque se lo han contado- te remite a los atractivos lúdico-festivos de sus pubs, sus cervezas negras Guinness, sus gentes agradables, abiertas y sociables. Pero el viernes santo -yo no lo sabía, pero parece que era el único ciudadano del mundo en desconocer esta costumbre-ley irlando-católica- está prohibido beber. Sí, sí, no es broma: prohibido beber… ¡en Irlanda!. En público y en privado. Ley Seca, como en el lejano Oeste. Es algo así como la vigilia, el ayuno, la abstinencia o como diablos se llame -lo de no comer carne en Cuaresma- pero en versión etílica: nada de alcohol. Y esto, en cualquier parte del mundo católico quizás sea asumible. En una ciudad cuyo principal atractivo, cuyo icono representativo son sus bares y sus cervezas, el caso de Dublin, es algo, por lo menos, llamativo.
Y los efectos prácticos de esta cuaresma etílica llegan hasta límites insospechados para mentes simples como la mía. Cuando vi la imagen de la foto de la derecha, en un supermercado del centro de Dublín, con una verja metálica cerrando el acceso a la estantería refrigerada donde habitualmente se adquieren las cervezas, me quedé tan estupefacto que no pude por menos que retratarlo ipso-facto. Pasear por el centro de Dublín el Viernes Santo, con todos los Pubs cerrados, prohibida incluso la compra de cerveza en tiendas para consumo doméstico, era un oximoron vital. Como decía Sabina, como un cura en un burdel, un belga por soleares o un torero al otro lado del telón de acero.
La mañana siguiente la vida [etílica] volvió a su normalidad: desde primera hora de la mañana los pubs distribuían con total naturalidad (¡¡¡desde la mañana…!!!) sus pintas de guinness. Entonces, ya centrados en la realidad que esperábamos percibir, nos centramos en otro atractivo oculto, no muy conocido (aunque bastante posterizado) del Dublín arquitectónico: sus puertas, totalmente coherentes con su arquitectura y cultura Georgiana, coloridas, variadas pero a la vez discretas, muy en la línea del resto de la cultura y manera de ser celta, británicamente vikinga. Aquí tenéis una pequeña muestra de estas puertas; espero vuestra opinión…: